Este artículo fue publicado en EL COMERCIO
en la edición dominical del 11 de abril de 2010
Decía mi admirado Oscar Wilde en
su obra teatral “Una mujer sin importancia” que, “hoy día, ser bien educado es un
inconveniente: nos excluye de muchas cosas”. A mi juicio, es un pensamiento
perfectamente trasladable al siglo XXI. Tras mi reciente estancia en la
Universidad finlandesa de Tampere, estoy convencida de que la buena educación
de los estudiantes universitarios de ese país los excluye de muchas cosas que,
aunque algunos de sus homólogos españoles las puedan considerar divertidas, no
son sino el reflejo de su inferior nivel de educación.
Dado que el grado de
internacionalización alcanzado por algunos de los grandes bancos españoles es
algo que se puede vender fuera de nuestras fronteras, no encontré razón alguna
para negarme a la invitación realizada por esta Universidad a impartir un curso
sobre “Internacionalización Bancaria” y contribuir, asimismo, a estrechar las
relaciones entre la Universidad de Oviedo y la de Tampere, con la que tenemos
firmado un acuerdo de movilidad docente. Nuestra institución vive además un
excelente momento que hace que sea fácil hablar de ella fuera de Asturias. Por
otro lado, me motivaba mucho impartir clase a unos estudiantes que, según el
informe PISA (Programme for International Student Assesment) que se realiza
cada tres años, obtienen de las mejores valoraciones dentro de los países de la
OCDE, en su enseñanza preuniversitaria. ¿La razón de su éxito?. Un modelo
educativo estable y con un objetivo definido: la formación y el conocimiento.
¿La razón de nuestro fracaso?. La falta de discusión sobre los objetivos de la
enseñanza. Su lugar lo ocupan una constante creación de inseguridades y una
continua sucesión de modelos educativos. A ellas se une una gran arbitrariedad
que se manifiesta en que todo es combinable y en la pérdida del principio de
orden básico que informa a todo conocimiento. Si a ello añadimos la distorsión
que los distintos nacionalismos imponen a través del adoctrinamiento
identitario y que la formación obtenida en este país no es independiente del
lugar donde se estudie, tal vez encontremos en ello la explicación.
Lo primero que me impactó de esta
Universidad fue su absoluto convencimiento de que, en nuestros días, la
internacionalización de las Universidades no es una elección sino una
obligación. Su creencia les lleva a programar en su calendario lectivo la
celebración de una semana internacional e invitar a profesores extranjeros a
impartir docencia, de la que posteriormente sus alumnos serán evaluados.
También lo son los profesores invitados. No menos impactante me resultó el
número de alumnos por curso: 20 en este caso. Los finlandeses son pocos en el
país – algo más de 5 millones – y pocos en la Universidad. Los profesores
sabemos lo mucho que facilita nuestra labor trabajar con grupos reducidos. Y en
tercer lugar, impactante su nivel de inglés. No sólo el de la gente
universitaria, sino el de la población en general. Que todos los alumnos de
primer curso de una carrera puedan atender sin problemas a una clase impartida
en inglés es algo perfectamente normal en Finlandia. Me temo que no estamos en
condiciones de afirmar lo mismo; tampoco por la parte que nos toca a los
profesores.
Es extraordinario que desde el gobierno de nuestra Universidad se
esté apoyando la mejora de la formación en inglés de los profesores que
formamos su plantilla con el objeto de que, en breve plazo, haya un mayor
número de docentes dispuestos a dar clase en la lengua de Shakespeare. En
Finlandia, lo que es extraordinario, o sea, fuera de lo ordinario, es que a
cualquier profesor universitario no le resulte prácticamente indiferente
impartir una clase en finés o en inglés. Para encontrar explicaciones a esto
uno puede apoyarse por ejemplo en el hecho de que no recurren al doblaje.
Películas y series de TV extranjeras en versión original subtitulada facilitan
el aprendizaje del idioma y acostumbran al oído a escuchar esta lengua, lo cual
es muy importante. En todo caso, es sólo un factor más. Mi campo no es la
genética, pero me da que en el ADN de los españoles no hay nada que indique que
tengamos una tara que nos impida ser bilingües. En mi opinión, es más una falta
de voluntad y de motivación. El tiempo, si se quiere, se saca de cualquier
parte. Tampoco nos faltan los medios. Siempre recordaré las palabras de mi
profesora de italiano, nativa del Piamonte, que nos contaba que en su país no
existen centros oficiales para la enseñanza de los idiomas a bajo coste. Existe
la enseñanza en los colegios e institutos – que no es de gran calidad, más o
menos como aquí – y las academias privadas, bastante caras. Los medios, por
consiguiente, los tenemos y a disposición de todos. Otra cosa es querer
aprovecharlos.
Los finlandeses son protocolarios y formales, al
menos en la Universidad. Sirva como ejemplo que en las tesis - que se defienden
según un ritual muy estricto-, exigen a los miembros del Tribunal que vayan
revestidos con el traje de doctor correspondiente a su Universidad o, en su
defecto, traje totalmente negro (americana y pantalón). Habituada a las tesis
en España, me pareció un protocolo muy exigente porque aquí cada uno va como
quiere y, caso de llevar traje, se pone el que quiere o el que tiene. En
cualquier caso, creo que es muy positivo que todo el mundo en el ámbito
universitario finlandés -estudiantes y profesores- parece tener clara la
separación que debe mantenerse entre lo público y lo privado. La diferencia es
tan obvia que no necesita mención. Confundir ambos espacios constituye una
prueba de algo que he constatado en mis años de experiencia universitaria y que
el amable lector también sabe: que inteligencia y sentido común no siempre van
unidos.
No sé si la noticia de lo sucedido en el aula
magna de Económicas con nuestro ex presidente llegó o no a Finlandia.
Afortunadamente no me preguntaron por ello, con la extrañeza de que es algo que
difícilmente podría suceder en un aula universitaria de ese país nórdico. De
haber sido interrogada al respecto, además de sonrojarme, no se me hubiera
ocurrido otra explicación de tan deplorable hecho por ambas partes –
estudiantes que impiden el uso de la palabra y dirigente político que responde
con vulgar gesto – que la actual pérdida de formas que se vive en nuestro país
entre la clase política y la clase universitaria. Clases ambas de las que
cabría esperar que se relacionasen entre sí con un mínimo de clase. Que además
el fondo del debate tenga peso, eso debería darse por descontado. Lo cual, en
algunos casos, desafortunadamente es mucho suponer.