lunes, 12 de abril de 2021

Sin narcisismo ni problemas de identidad

 Este artículo fue publicado en TRIBUNA DOMINICAL 

de EL COMERCIO el 11/04/2021


Sin narcisismo ni problemas de identidad

Una solución sencilla para un asunto grave, gravísimo, de este país de piel de toro: nuestro problema de identidad. Un problema inventado que come inútilmente nuestras energías, cuando tenemos otros realmente importantes


Susana Álvarez Otero
SUSANA ÁLVAREZ OTERO

Qué grande que un pedazo de escritor como la copa de un pino, aunque no sea alto, resulte además un pensador, un intelectual, alguien que, desde la atalaya de su inteligencia y su amplia visión del mundo está en condiciones de plantear reflexiones de calado y, además, propuestas que pueden ayudar a nuestro país a mejorar y que, de ser aplicadas, lograrían que creciéramos como nación. Qué grande que ese escritor tenga una colosal obra literaria, trasladada al cine en muchos casos, y que se haya traducido su obra a muchísimos idiomas y haya vendido miles de libros, ocupando además un sillón en la Real Academia Española. Qué grande que sea alguien que pudiendo ser narcisista, no lo es en absoluto, lo cual le permite no tener ningún problema de identidad. Qué grande que después de haber vivido años en Estados Unidos, haya regresado y haya visto lo que somos, y con esa visión e inteligencia suya, pueda dar algunas recomendaciones hacia nosotros, si se le piden. Qué grande que un señor nacido en Úbeda, que si se le ha leído se sabe bien que siempre quiso escapar de allí, porque aquello siempre le supo a poco, terminó en Nueva York. Qué grande que haya logrado sus sueños y que sea hoy un hombre exitoso, apacible y feliz. Qué grande que sea capaz de proponer una solución tan sencilla a un problema grave, gravísimo de este país de piel de toro: nuestro problema de identidad.

Un problema inventado que come inútilmente nuestras energías, cuando tenemos otros realmente importantes: enorme paro, sobre todo juvenil, sistema de pensiones casi en quiebra, fallido modelo productivo… Qué grande lo que explica ese escritor e intelectual relativo al «narcisismo de la diferencia menor», en cuanto a la identidad, y que si una lo piensa bien es de lo más ridículo.

Declara este escritor que cuando regresa a España, después de vivir en una ciudad tan cosmopolita como NY, le llama la atención lo parecidos que somos los españoles entre nosotros: ni muy altos, ni muy bajos, ni muy gordos, ni muy flacos, más o menos del mismo tono de piel… Y es verdad. Salvo raras excepciones, así es. Somos muy homogéneos. Por eso mi madre se reía cuando yo terminaba de tocar el piano los sábados por la mañana de mi infancia y juventud y se fijaba en que rápidamente yo iba a mirar si en el western de 'Primera sesión' salía Gary Cooper, que dudo mucho que esté en los cielos. «Lo llevas claro Susanita, para encontrar un Gary Cooper por Asturias», me decía. Ella se emparejó con un señor español, ingeniero guapetón, tamaño 'Alfredo Landa'. Pero apareció. Y no hizo falta que yo le viera. Me encontró él a mí, como debe ser, ¿verdad? Ya se sabe, y si no se sabe se aprende con el vivir, que en las cosas del amor no suele haber igualdad. Un chico con talla de holandés –los hombres más altos de Europa–, aunque sea gijonés nacido suizo, de metro noventa, apareció y se declaró. Es una de las excepciones que confirman la regla de un país con población muy homogénea, tanto femenina como masculina.

Es por ello, porque somos tan parecidos, que si nos queremos diferenciar, y Cataluña es una región (aunque ellos crean que son otra cosa) experta en eso, para distinguir a unos de otros en tal 'problemilla de identidad', se ponen un lacito. Lacito amarillo, para más señas. En caso contrario, de tan parecidos, no se podrían distinguir. Nuevamente, «narcisismo de la diferencia menor». Nadie necesita de un lacito para distinguir a un noruego de un etíope. Pero sí se necesita para diferenciar a los 'indepes' de los que no, a veces hermanos, a veces familiares, pero todos de la región catalana. Problema identitario que afecta a las familias y que, a veces, no pocas, las rompe.

¿Qué solución propone nuestro escritor e intelectual? Muy sencilla. Rebajarnos la identidad. Sentir con menos intensidad lo de ser asturiano, o catalán o vasco para poder sumar y crecer como país. Para no achicarnos. Lograríamos crecer y vencer y no lo contrario. Les recuerdo una cita: «Estaban divididos en pequeñas tribus y reinos que por orgullo no se mezclaban entre sí, por lo que eran débiles. Este orgullo alcanzó máxima expresión entre los iberos... Si hubieran unido sus armas, habría sido imposible someterlos impunemente» (Estrabón; Geografía II, 5). Si es que el problema es muy antiguo. Empeñados hemos estado siempre en destruirnos y separarnos, cuando lo inteligente es lo contrario. Y él lo ve. Es preciso reforzar lo que nos une y no lo que nos separa. Una idea tan sencilla como potente de un intelectual. Por cierto, como soy mujer, ergo exigente en cuestión de pareja, nunca he entendido que un hombre tan grande se haya enamorado de una mujer tan simple. Pone de manifiesto que, además de tener mucho que dar, es poco exigente y poco egoísta en lo de recibir. Si usted es escritor, amable lector, sepa que no estoy hablando de usted y a quien me refiero seguro que no lo va a leer: Antonio Muñoz Molina. No podía ser otro.






Muy atinada ilustración de Daniel Castaño.