Un artículo muy interesante y entretenido, comparando la situación actual con la de la llamada gripe española, que no era española, pero tuvo su razón de ser tal nombre. Atentos a la foto de las mascarillas de la gripe española. Nada nuevo bajo el sol.
https://www.lavanguardia.com/internacional/20200823/482923114602/epidemia-pandemia-covid-19-gripe-espanola-william-maxwell.html
¿Nos besamos?
Condado de Logan, Illinois (Estados
Unidos). Clara Morison habla con el doctor Macgregor de la llegada de sus
sobrinos, a los que debe cuidar durante unos días: “Cuando James me ha llamado
le he dicho que me trajera a los niños cuanto antes. El señor Paisley y yo
íbamos a pasar la fiesta de Acción de Gracias en Vandalia, pero con esto de la
epidemia y tanta gente enferma como hay, hemos decidido quedarnos en casa”. La
tía Clara es un personaje de ficción. Pero podría ser perfectamente real, al
igual que la conversación. ¡Cuántas veces habrán llegado a pronunciarse frases
semejantes estos meses en todo el mundo! Sin embargo, el comentario de Clara
Morison no alude a la actual epidemia de Covid-19, sino a la de gripe
española de 1918...
El diálogo está entresacado de
la novela Vinieron
como golondrinas, una pequeña joya publicada en 1937 por William Maxwell,
menos conocido por su trayectoria como novelista que como editor literario de The New
Yorker, donde trabajó durante cuarenta años convirtiéndose en un referente
para muchos otros escritores, de Salinger a Updike.
La novela de Maxwell, relato minimalista
del impacto sobre una familia del Medio Oeste de la llegada de la enfermedad y
la muerte, es un eco de su propia biografía, pues el escritor –nacido justamente
en Lincoln, capital del condado de Logan– perdió a su madre a causa de la gripe
española cuando tenía 10 años. Su lectura, además del placer que
suscita, proyecta turbadores paralelismos con la crisis sanitaria actual.
Empezando por los síntomas de la enfermedad que describen los diarios de la
época y que el padre lee en voz alta para toda la familia –“Es una clase muy
contagiosa de catarro, acompañada de fiebre, dolores de cabeza, ojos, espalda y
otras partes del cuerpo, además de una sensación de profundo malestar. En la
mayoría de los casos los síntomas desaparecen al cabo de tres o cuatro días y
el paciente se recupera rápidamente. Algunos de los pacientes, sin embargo,
desarrollan una neumonía (...) y se produce la muerte”–. Y siguiendo por las
medidas adoptadas por las autoridades de la época para frenar la epidemia
–cierre de las escuelas, suspensión de los oficios religiosos, recomendaciones
para evitar las reuniones de grandes grupos o viajar en tren “si no es
estrictamente necesario”–. Todo recuerda vivamente lo que estamos pasando hoy.
“La junta escolar y el
consejero de sanidad han puesto carteles en los colegios y en varios lugares de
la ciudad anunciando que los centros de enseñanza estarán cerrados hasta nuevo
aviso’... Robert notó un cosquilleo muy leve en la columna vertebral. Leyó la
primera frase dos veces, para asegurarse de que no se trataba de un error. Su
madre no podía tenerle metido en casa indefinidamente. Era imposible que pasara
algo así de horrible”, le hace reflexionar William Maxwell en su novela al
primogénito de los Morison. ¿Quién no reconocería en él a los adolescentes de
hoy frente al confinamiento forzoso?
El propio debate sobre la
conveniencia o no del uso de la mascarilla es también un eco del de 1918. En la
imagen que ilustra esta página puede verse a dos ciudadanos franceses en las
calles de París animando a utilizar la mascarilla con los lemas: “El boche (alemán)
ha sido vencido, la gripe no” –en alusión a la victoria aliada en la Primera
Guerra Mundial– y “Enmascárense los unos a los otros, probarlo es adoptarlo”.
La gran diferencia entre 1918 y 2020,
naturalmente, es la mortandad. La gripe española –llamada así
porque España, al ser neutral, fue de los primeros países en informar de la
epidemia, al no aplicar la censura militar– fue detectada por primera vez en
marzo de 1918 en la base militar norteamericana de Fort Riley (Kansas), sede de
la Primera División de Infantería, aunque no está claro su origen real. En todo
caso, los ejércitos movilizados en la Gran Guerra fueron el canal idóneo para
su expansión, y en un par de años –no duró más– la gripe infectó a un tercio de
la población mundial y mató a unos 50 millones de personas, siendo la segunda
oleada más letal que la primera.
Hoy, la epidemia de Covid-19
lleva ya 22 millones de personas contagiadas en todo el mundo y se ha cobrado
cerca de 800.000 muertos. Los servicios de salud y los recursos médicos
actuales son infinitamente mejores que hace un siglo, pero las medidas básicas
que se están adoptando –desinfección de espacios colectivos, confinamientos,
suspensión de eventos, cierres de fronteras– no han cambiado apenas.
Y tampoco son tan diferentes las actitudes
y comportamientos de las personas. Miremos a nuestro alrededor. Todos somos, en
alguna medida, como la tía Clara. Mucha gente ha optado este verano por
quedarse prudentemente en casa o hacer viajes cercanos, evitar las grandes
concentraciones de personas y cumplir a rajatabla con la obligación de llevar
la mascarilla puesta por la calle... Pero, al igual que Clara Morison con sus
sobrinos, todas estas precauciones saltan por los aires con la familia y los
amigos cercanos. “Con esto de la epidemia, hemos decidido quedarnos en casa”,
dice... ¡Pero que traigan a los niños cuanto antes! Con parientes y amigos caen
las mascarillas y la distancia social se hace añicos, como si la enfermedad
sólo pudiera venir de fuera y ser contagiada por extraños. No hay más que ver
las terrazas de los bares, los grupos en las calles, las reuniones en los
domicilios particulares... Es aquí donde se producen entre el 50% y el 75% de
las infecciones.
Afueras de París (Francia). Un
grupo de amigos se reencuentra este verano después de semanas sin haberse visto
a causa de la Covid-19. Hay un primer momento de duda... ¿Cómo deben saludarse?
¿Por gestos? ¿O dándose dos besos como siempre? Las mascarillas ya han sido
retiradas cuando uno de ellos rompe el hielo y se acerca a los otros con los
brazos extendidos exclamando: “On
s’embrasse?”.