Este artículo fue publicado en TRIBUNA
del diario EL COMERCIO el 20/03/2019
Vaya
por delante, amable lector, que el resultado del referéndum sobre el Brexit fue
para mí un jarro de agua fría. Como europeísta convencida, me produjo un
disgusto en toda regla. Me remito al artículo publicado en EL COMERCIO
(25/06/2016) titulado “Black Friday”. Publicado eso, creo que no soy sospechosa
de desear o haber deseado nunca la separación del Reino Unido de la Unión
Europea. Jamás. Ahora bien, esta vuelta de tuerca que han traído consigo las
votaciones de esta semana en el parlamento británico, que si votamos otra vez
por el acuerdo y es que no, que si queremos un divorcio a la brava y es que
tampoco (aunque por los pelos, 4 votos), que si queremos seguir mareando la
perdiz y prorrogar y parece ser que esto sí. Ante esto, la única respuesta
posible que debería darle el representante de la Unión Europea en la
negociación a Theresa May es aquello que dijo en su día Lola Flores: “Si me
queréis, ¡irse!”. Si todavía nos respetan y quieren un poco al resto de los europeos,
que se vayan ya,
Basta
ya, por favor, de prorrogar la agonía. ¿No han votado que se van, que son solo
británicos y no europeos como rezan algunas pancartas que se ven a la vera del
Big Ben? ¿O solo quieren reclamar que se quieren ir? Por algún lado leí que los
catalanes no quieren la independencia, solo quieren reclamarla. Ignoro si es
así. No conozco Cataluña. Visitas de congreso o de médico no dan para mucho, y
hace tiempo que, por higiene mental, he desconectado del tema. Me hizo sufrir
hasta un momento la idea de que se rompiera mi país y, en un punto, desactivé.
Me dije: “No sangro más por Cataluña y por los catalanes que se quieren
independizar”. Se acabó. Llega un momento que pones punto final. Que dices: se
acabó de tomarme el pelo. Y creo que con lo sucedido esta semana con las
votaciones británicas y este resultado de prorrogar la agonía me va a suceder
lo mismo con mi querida Gran Bretaña. Que me da igual. Que paso. Que ya no
siento nada por ese país que tanto he amado y admirado. Llega el día en que se
derrama la última gota y dices ¡basta! Y dejas de sentir. Tu mente da una orden
a tu corazón y este obedece. El mío funciona así. Vaya que si funciona así. O,
al menos, hasta ahora. La Gran Bretaña me ha dado y enseñado mucho: buen
inglés, cursos de Finanzas en la London School of Economics becados por la Caja
de Asturias, Econometría Avanzada, un trabajo en la Queen Mary University of
London, tareas de investigación en la Universidad de Cambridge, acuerdos
Erasmus tejidos con Sheffield, Kent en Canterbury, Reading…
Preciosa ilustración de Gaspar Meana. Muy agradecida.
Tanto me ha dado y
tanto he querido devolverle, que todo este asunto me ha desbordado. No sé cómo
lleva usted este tema pero yo, esta semana, he llegado a mi tope con UK. Con
Theresa May ya había llegado. Sinceramente, una señora que es capaz de
mantenerse en su puesto tras cosechar una de las derrotas más vergonzosas que
se recuerdan en ese parlamento al que se le considera erróneamente la cuna
mundial del parlamentarismo, ya que corresponde a las cortes de León (que sí,
que es así), una señora así no me merece ningún crédito, ni político, ni de
ningún tipo. Es como si todos mis alumnos hubieran votado que soy una perfecta
inútil para dar clase de Finanzas y yo me empeño en seguir dándolas por
aferrarme al puesto. Es una falta de respeto. Una más de las que nos tiene
acostumbrados la señora May, y que tal vez a los españoles no nos sorprende
demasiado dada la baja talla de nuestra clase política. Debo confesar que,
cuando comenzaron las negociaciones del Brexit, yo esperaba menos de los
representantes de la Unión Europea. Esa altanería británica, que comienza ya en
su nombre, llamándose la Gran Bretaña y que continuó en su deseo imperial,
siendo tan solo una isla. Han querido devorar a la isla vecina, para empezar,
pero solo lograron un pedacito que ahora precisamente da muchos dolores de
cabeza con este Brexit. Es lógico que la tierra irlandesa que ha parido a gente
como Oscar Wilde o James Joyce no se dejase tomar el pelo así como así. ¿Lo
vamos a hacer los europeos? Los brexiters declaran que no son europeos con
mucho orgullo. Y con orgullo se ha llevado esta negociación desde el
continente. Para quitarse el sombrero la actitud de Michel Barnier, un tipo que
parece curtido en el mejor de los westerns y que dio por terminada la
negociación, poniendo en duda la utilidad de una demora corta con un par de
palabras demoledoras: “¿para qué?” en el Parlamento Europeo. Miedo me da que
ante este nuevo giro, Tusk está emplazando a los líderes a valorar al menos un
año extra y Barnier aboga por trabajar para “construir una relación ambiciosa”
con Londres. Y eso ¿qué quiere decir? Me ponen nerviosa los eufemismos y cada
día soporto menos a la gente que no habla claro. Siempre pienso: ¿qué tienen
que ocultar? ¿por qué dan vueltas y vueltas sin hablar de frente? ¿a qué tienen
miedo? ¿a hacer el ridículo? ¿creen que no lo hacen con semejantes eufemismos?
¿se creen más inteligentes por no llamar agua al agua y dejar las cosas claras
como el agua clara, para bien o para mal? A mí me parecen sencillamente
sicofantas, impostores y calumniadores. Y hasta ahora, Barnier no me lo
parecía. Tengo una alta opinión de este político y aún confío en que no me
decepcione.
La
Unión Europea tiene toda una vida por delante, incluso sin el grandioso Reino
Unido, que con su pan se coma su altanería y deseos de grandeza en su pequeñez
insular. Hasta ahora, no lo han hecho mal nuestros representantes de Bruselas.
Espero que no naufraguen cuando parecía que se había llegado a puerto en las
negociaciones y que le den al Reino Unido lo que se merece: un buen portazo en
las narices. Con Cameron huido en no sé qué punto del planeta, quizás todavía
esté en la isla, pero ni se le ve, ni se le oye, (¡vaya idea tuviste David
Cameron, vaya idea!) las únicas narices que cabe romper son las de la señora
May, muy poco femeninas, la verdad. Y el resto de británicos, pues que asuman
lo que han votado y a quien han votado. Los británicos - y las británicas - tienen
una primera ministra y una reina dirigiendo el barco insular que parece a la
deriva. Sinceramente, a quien suscribe, eso ya le da exactamente igual. Nunca
creí que podría pensar y menos escribir esto de una tierra que tanto he amado,
admirado, visitado y vivido. Pero sí. Sencillamente, me ha pasado.