lunes, 19 de junio de 2017

Afirmaciones de un pueblerino

Suelo leer las crónicas semanales sobre asturianos emigrados que publica EL COMERCIO. La de esta semana pasada habla por sí misma. Dice que estudió Económicas, este chico, José Luis Molinuevo. No recuerdo haberle dado clase. Sinceramente, me parece una afirmación propia de un pueblerino y se califica a sí mismo. Por una parte, se le notan aires de grandeza, lo cual está muy bien y seguramente ayuda a prosperar en la vida. Por otro, habría que decirle a este individuo que la grandeza personal y profesional que uno alcance es independiente del tamaño del lugar donde reside o donde ha nacido. 
La gente que no valora la tierra donde ha nacido no me merece ningún respeto. ¡Pepe Luis, chico, eres un faltón! O, como se dice por Asturias patria querida, esa que tú calificas de pueblo, un faltoso. Ni más, ni menos. 

«Asturias no deja de ser un pueblo»
·        «Me enamoró lo joven que es este país», cuenta este gijonés, que trabaja en una empresa con clases de yoga, masajes, futbolín, videoconsola y gimnasio para empleados. José Luis Molinuevo emigró a Lituania hace más de dos años «gracias a la crisis»
·  
17 junio 201702:18- en EL COMERCIO 

Su abuelo, José Luis Molinuevo (entrenador del Sporting desde 1962 hasta 1966), emigró a Francia. Así que su nieto (también José Luis Molinuevo, gijonés y sportinguista de pura cepa, 28 años) no iba a ser menos, aunque, a decir verdad, esos no eran sus planes iniciales, sino más bien «trabajar en Cajastur, Telefónica o HC, algo cerca de casa». Pero viró su rumbo «gracias a la crisis».

                               José Luis Molinuevo, en el centro histórico de Riga.
Todo empezó cuando terminó Económicas en Oviedo y se trasladó a Madrid a hacer un máster en Administración de Empresas. Y, allí, en la capital, le cambió la visión de las cosas: «Me di cuenta de que Asturias no deja de ser un pueblo y de que el mundo es muy grande y ofrece muchas oportunidades». Fundamentalmente, porque comprobó que «España es un país en el que das una patada a una piedra y salen cincuenta licenciados, con idiomas y currículums impresionantes dispuestos a trabajar a cambio de casi nada». Y, de hecho, empezó a ver a sus amigos «trabajar doce horas y fines de semana, sin que les pagasen las horas extras y por unos sueldos que no les permitían ni comprarse un traje ni irse de vacaciones».
Pero como él no se considera «tan sufridor», su primer destino fue el Reino Unido, a donde llegó dispuesto a mejorar el idioma, porque «solo con el inglés del colegio era nulo». Pero allí los trabajos que le ofrecían «eran para gente menos cualificada». «¿Y cómo me iba a poner a trabajar en un McDonald's?», se pregunta.
Así que empezó a buscar más opciones y una entrevista le llevó a China, «sin conocer a nadie ni tener ni idea de chino», por supuesto. Concretamente, a una fábrica de neumáticos de moto que «trabajaba mucho con el mercado latinoamericano» y en la que el dominio del español le abrió las puertas.
«Fue la mejor etapa de mi vida», resume aquel tiempo en el que conoció a «personas de todo el mundo extremadamente preparadas», algo «muy enriquecedor» y que le volvió a abrir los ojos a otras realidades y a otros horizontes, a «descubrir las ambiciones que tiene la gente, aprender, viajar, ascender, vivir la vida». Y pone un ejemplo: «Conocí a un chico alemán que acababa de terminar el instituto y que había emigrado incluso antes de empezar la universidad para trabajar en China. Imagínate: yo de aquella tenía 25 años, pero ya había un chaval de 19 haciendo lo mismo, cuando mi máxima preocupación a los 19 era qué haría el fin de semana o en vacaciones».
Con eso, José Luis Molinuevo quiere decir que, si exceptuamos el capítulo laboral, «en España todo es muy cómodo. El sol, la gastronomía, esa alegría que hace que gustemos a todo el mundo». Pero, a veces, para crecer, es necesario abandonar la zona de confort y arriesgar. Una revelación que lo llevó al siguiente paso: «Echar currículums a todo el mundo».
De aquella decisión, salieron tres ofertas de trabajo: una en Marruecos, otra en Guatemala y la tercera en Lituania, país por el que se decantó hace ya más de dos años y donde trabaja actualmente en Ruptela, una empresa con sede en Vilna que proporciona soluciones de gestión de flotas basadas en seguimiento por GPS, monitorización y control de vehículos en tiempo real y donde es responsable de ventas para Sudamérica.
«Ruptela es una de las cincuenta empresas que más ha crecido en Europa desde el punto de vista de la tecnología. Es la Google de Lituania», cuenta el gijonés, que se declara «enamorado de lo joven que es el país» y también una compañía «fundada por un chico de 24 años que ahora tiene 33», y donde el director de ventas tiene solo uno más que él. De eso y de unas condiciones que incluyen «gimnasio, videoconsola, clases de yoga, futbolín o sillones de masaje donde te puedes poner con tu portátil. Todo, en horario laboral».
Así que cuando regresa a Asturias no puede evitar fijarse en el contraste entre Vilna y «una región que envejece». Y, si tiene que ponerle una pega a Lituania, es únicamente un invierno en el que anochece a las tres y media de la tarde. «Dicen que se alcanzan los treinta grados bajo cero, pero yo solo he llegado a los 26», bromea. «Para que os hagáis una idea: los autobuses públicos permanecen arrancados toda la noche, porque, si no, a la mañana siguiente el motor no funciona. Se congela hasta la gasolina».
Y, con todo, es optimista: «En España, estamos viviendo un momento único de cambio con todo esto de la corrupción. Antes también pasaba y no se perseguía. Ahora sí. Y, aunque después de la Transición nos acomodamos y abandonamos ese espíritu emprendedor que tenemos desde la conquista de las Américas, los dos millones que nos hemos ido volveremos a conectar con nuestro país y a hacer negocios allí. Tenemos futuro. Solo hay que pasar este trago».